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Mascota en casa con bebés y niños

 Cuando el nacimiento de un hijo se aproxima, y sobre todo si es el primero, los padres propietarios de animales de compañía comienzan a recibir un alud de comentarios y opiniones sobre las posibles interacciones de la mascota con el bebé. La opinión del veterinario nos ayudará entender cómo debemos actuar en esta nueva situación

Normalmente nos habrá hecho seguir una adecuada pauta de vacunaciones y desparasitaciones, y si aún no lo hicimos, ahora ya no caben dilaciones. Con ello, nuestro bebé tendrá enfrente a un ser vivo en perfecto estado de salud, y podremos estar algo más tranquilos ante los inevitables lametazos del perro.

Una vez vista la cuestión sanitaria, nos detendremos en su comportamiento. Casi todas las mascotas reaccionan de forma sencilla, natural y previsible, ante la entrada de un bebé en el hogar. Ahora bien, si la llegada del bebé ha de suponer cambios en las costumbres de la mascota, estos deben hacerse con al menos un mes de antelación, para evitar que el animal asocie ambos hechos, y culpe al recién nacido por lo que haya salido perdiendo.

A la llegada del bebé al hogar, tendremos una habitación con su cuna y sus nuevos accesorios, entorno que nuestra mascota ya conocerá, porque antes le habremos permitido acceder. En el momento de la entrada del bebé, con naturalidad lo “presentaremos”, y permitiremos que, bajo nuestra supervisión, el animal huela, vea, y sienta qué es “eso” que llega a su territorio. Mientras lo reconoce hablaremos de forma normal, sin estridencias, y daremos a nuestro peludo amigo muestras de cariño, que a partir de este momento será también amigo de nuestro hijo. Habrá entendido que ese pequeño ser vivo es uno más del grupo, y que es aceptado por nosotros, por lo que él también lo hará. No obstante, para tener las mayores garantías de tranquilidad, además de seguir estas pautas, como norma y desde el primer momento, es preferible no dejar a solas al perro y al bebé.

La mayoría de los niños experimentan un torrente de sensaciones cuando ven, piensan, o se les habla de un animal, y más concretamente de un perro. Esta especial sensibilidad puede provocar que pongan en marcha su arsenal de estrategias para conseguir uno. Pero... ¿es realmente bueno que un niño tenga un perro? ¿Cómo afecta esa relación a sus preferencias futuras? Y, ¿qué problemas y ventajas puede acarrear?

Alrededor del año de edad, el niño puede apreciar la diferencia entre un peluche y un animal vivo, gracias al movimiento natural de este. Estos movimientos suelen provocar inicialmente ansiedad en el pequeño, que desaparece de forma gradual gracias al contacto continuado entre ambos.

Entre los dos y los cuatro años, empieza a cimentarse una verdadera relación: el niño busca a su nuevo e interesante amigo, juega con él, y le hace cómplice de sus sentimientos y travesuras. Desgraciadamente, es en esta época cuando suceden más accidentes. El niño se dirige de forma brusca y directa hacia el perro, propio o ajeno, y agita vigorosamente sus manos y brazos para llamar su atención. Y todo ello unido a la total incapacidad de valorar las consecuencias de sus acciones.

Un niño intenta conocer y experimentar, pero no es consciente del posible daño o molestias que produce su manejo o acercamiento.
A partir de los once años de edad, el concepto de animal está totalmente determinado, y unido a un claro interés por el entorno natural. Es aquí donde se establece la base del entendimiento de los animales por parte del individuo adulto.

Eduquemos pues a los más pequeños en el conocimiento de las necesidades, en el manejo y en el respeto de sus amigos animales más cercanos. Conseguiremos adultos comprometidos, no solo en el cuidado de sus mascotas, sino con un profundo respeto hacia la naturaleza y los seres que la componen.

Nuestros hijos deben recibir información clara de lo que supone un animal de compañía en su hogar. Pero de una forma adecuada a su edad. No podemos responsabilizar plenamente a un niño de corta edad de todas las necesidades de su mascota, aunque sí debemos implicarles, en todo lo que su capacidad permita.

Un perro no sustituye a un hermano, no proporciona la educación de los padres, pero... si tienen ocasión, escuchen a los adultos que han compartido su infancia o toda su vida con perros. Esa experiencia, sin lugar a dudas, les confirmará que este entrañable animal, es el mejor amigo del niño.

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