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La nueva imagen de la profesión veterinaria

El cosmos sería la casa común, que hay que tratar con mimo y cuidado, lugar de convivencia en armonía y con la consideración que todos y cada uno merecen, especialmente unidos por vínculos de fraternidad, dado que procedemos del mismo Padre. Es evidente que Francisco de Asís se adelantó a su tiempo en una fuerte exigencia de conciliación entre el hombre y la naturaleza. De ahí que también fuera nombrado por Juan Pablo II, el 29 de septiembre de 1979, patrono de los ecologistas y ejemplo de mística cristiana de la naturaleza.

Una vez más, aprovechamos este día para hacer unas pequeñas reflexiones y dirigir nuestra mirada sobre la veterinaria y sobre las tareas encomendadas a los veterinarios. Y lo hacemos desde nuestra particular experiencia de casi setenta años de vida profesional; años durante los cuales hemos asistido a cambios profundos dado que, como toda ciencia, ha evolucionado y se ha ido transformando de manera evidente, de modo especial durante las últimas décadas. En los tiempos iniciales, la Veterinaria se limitaba al cuidado, a la cura de los animales, puesto que eran los que procuraban el alimento a los hombres, al mismo tiempo que se preocupaba de aquellos que eran utilizados exclusivamente en las guerras, como ocurría con el caballo. Más tarde, e interaccionando con los avances de la Medicina humana, la actividad profesional se va enriqueciendo y comienzan a colaborar en lo que constituirán las bases de ciencias co mo la anatomía, la fisiología, la inmunología, etcétera.

Al mismo tiempo, se le encomiendan al veterinario tareas que aparentemente amplían su campo específico, como son la higiene y tecnología alimentarias, la producción animal e, incluso, la defensa del medio ambiente frente a las agresiones de un desarrollo económico acelerado y una sobreexplotación de los recursos. Y aquí es donde coincide con otros profesionales de medios afines como químicos, biólogos, ingenieros agrónomos o, en general, con todos aquellos dedicados, como él, a las ciencias de la salud, formando conjuntamente equipos interdisciplinarios que colaboran en los nuevos avances de la investigación científica.

La Organización Mundial de la Salud define el conjunto de estos trabajos como Veterinaria de Salud Pública y la sociedad encarga al veterinario tareas de gran responsabilidad como son todas aquellas encaminadas a asegurar que los alimentos que los ciudadanos consumimos estén en perfecto estado. También la Unión Europea ha expresado la necesidad de mantenimiento de una buena infraestructura veterinaria en todos los países que a ella pertenecen para hacer frente con garantía al control y prevención de enfermedades animales, en muchas ocasiones transmisibles de manera directa o indirecta, a los humanos. Como colofón a estas reflexiones sobre lo que significa la nueva imagen de la Veterinaria actual, habría que hacer notar que se nutre, como el resto de las profesiones sanitarias, de una gran presencia femenina: más del setenta por ciento de los veterinarios actuales son mujeres. Y esto forma parte de la larga marcha desde que hace exactamente cien años (curso 1910-1911) se iniciara una nueva era en España, la del libre acceso de las mujeres a la Universidad. En 1916, el historiador, C. Sanz Egaña, publicó, en la Revista Veterinaria de España, un artículo, El feminismo en Veterinaria con motivo del ingreso de dos «señoritas» en la Escuela Superior de Veterinaria de Madrid.

A partir de aquí, las perspectivas que se abren para nuestra profesión son inmensas y cada vez más complejas, y están aparejadas con los nuevos y espectaculares descubrimientos científicos de las últimas décadas. Las conquistas sobre el genoma de los distintos animales hacen que se pueda hablar de, en un futuro muy próximo, «dirigir la evolución» de las diversas especies. Y esto trae consigo unas consecuencias imprevisibles. Expresiones como terapia génica o ingeniería genética, por ejemplo, ya han entrado en la medicina, humana y animal, cotidiana. Si en las próximas décadas podemos manipular a voluntad los genes y efectivamente podemos construir animales «a la carta», se correría el peligro de modificar el equilibrio de la naturaleza sustancialmente. Y, así, se comienzan a plantear una serie de dilemas morales de los que habría que hacer partícipes a la sociedad, porque son problemas que atañen a todos, no sólo a la clase científica o a la política.

Y, pasando ya al año que acaba de transcurrir, conviene hacer mención especial a la desaparición, lamentada en la comunidad veterinaria, del profesor don Miguel Abad Gavín (1926-2010). León perdió a un hombre que vivió intensamente nuestra profesión. Destacó como catedrático de Veterinaria, de cuya facultad fue decano y de cuya universidad fue vicerrector, y a cuyo prestigio colaboró de manera especial. Asimismo, en 1983 fue elegido presidente del Colegio Oficial de Veterinarios de León, cargo que desempeñó incansablemente durante más de 19 años, lo que constituye el periodo más largo jamás ocupado por persona alguna, y que combinó con la presidencia de los Colegios Veterinarios de Castilla y León (1989-2002). Miguel Abad, de raíces aragonesas, desarrolló una inmensa actividad que ha dejad o una profunda huella tanto personal como profesional entre sus numerosos discípulos y entre los veterinarios que tuvimos la suerte de conocerle y trabajar a su lado. Este día de San Francisco es un buen momento para recordarle como persona y recordar también todas las actividades que llevó a cabo.

Fuente: Manuel Rodríguez García, para diariodeleon.es
 

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