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Insecticidas con patas y antenas

El orius o chinche de la flor es un feroz carnívoro en miniatura (la hembra, mayor que el macho, mide unos tres milímetros). Encuentra a sus presas a tientas, las aprisiona con sus patas delanteras, las pincha con su pico y las succiona hasta que de ellas solo queda la carcasa. A este león casi microscópico le encanta el sabor del trip, un insecto herbívoro muy dañino y extendido en cultivos de hortalizas, ornamentales y frutales. Es fácil observar -con una lupa, se entiende a un orius correteando con un trip ensartado. O a una avispa de cuatro milímetros parasitando un pulgón: le inyecta un huevo con su estilete, la larva se lo comerá por dentro y en una semana eclosionará de su cadáver. Violentas escenas de lucha por la vida que parecen sacadas del National Geographic pero que en realidad suceden en invernaderos de Almería cerca de 30.000 hectáreas bajo plástico concentradas en un 3% de la superficie de la provincia-, que están reduciendo drásticamente el uso de pesticidas para combatir plagas y los están sustituyendo por depredadores naturales. Ya lo llaman "la revolución verde".

Nada hacía presagiarlo al comenzar la campaña 2006-2007, que arrancó como terminó la anterior, con el plaguicida reinando en la mayoría de plantaciones; solo 514 hectáreas eran de producción integrada, que es la vía intermedia entre la convencional y la orgánica o ecológica porque apuesta por organismos de control biológico combinados con productos fitosanitarios más selectivos y de menor impacto ambiental. Hasta que en diciembre de 2006 se destapó que varias partidas de pimiento enviadas a Alemania contenían residuos químicos no autorizados. Muchos mercados europeos, cada vez más exigentes en cuestiones de salud y seguridad alimentaria, vetaron miles de toneladas de hortalizas. Otros productores lo aprovecharon y solo Israel metió 45.000 toneladas de pimiento en el país germano en el primer trimestre de 2007. "Fue el punto de inflexión", coinciden el profesor de historia económica Andrés Sánchez Picón y otros cinco analistas y expertos universitarios reunidos a instancias de este periódico para hablar de los avances medioambientales y de sostenibilidad del campo almeriense. En 2007-2008 había ya casi 10.000 hectáreas de producción integrada. Hoy rozan las 20.000.

Los mismos agricultores que cuatro años atrás hablaban sin complejos de los venenos que utilizaban podrían pasar ahora por entomólogos, tal es la fluidez con la que pronuncian nombres técnicos como Amblyseius swirskii (ácaro depredador de mosca blanca y larva o ninfa de trip), Adalia bipunctata (mariquita muy voraz contra el pulgón), Aphidius colemani (nuestra miniavispa parásita)... Un cambio fulgurante de prácticas, y de mentalidad, facilitado por el hecho de que había enemigos naturales autóctonos, eficaces contra plagas locales, y empresas que los producían. Cuando explotó la crisis del pimiento, a la que más de uno da, off the record, las gracias por actuar como detonante, la Junta de Andalucía endureció las multas contra los pesticidas ilegales y ayudó económicamente a quienes evolucionaban hacia una horticultura más sostenible; agricultores con fama de ser muy receptivos a los cambios y a la tecnología reaccionaron rápido y empezaron a pedir bichos; las biofábricas aumentaron sus producciones para atender la creciente demanda.

Según una reciente directiva europea sobre el uso sostenible de fitosanitarios, todo el territorio UE tendrá que acatar los principios de la lucha integrada para 2014. El 100% del pimiento almeriense y murciano ya lo hacen, así como el 28% del tomate almeriense y el 50% del murciano. Murcia cuenta con una gestión integrada de plagas en más del 80% de los cultivos, según cálculos de su Consejería de Agricultura. Una visita por la cooperativa Hortamira, en San Javier -un referente con 150 socios y 12 años en producción integrada-, permite conocer un amplio abanico de soluciones con base biológica: enemigos naturales, cintas adhesivas, pistas falsas y trampas a base de feromonas con las que los insectos terminan pegados, atrapados, desorientados. "Hemos pasado de hacer 20 tratamientos [con plaguicidas] contra el trip a no necesitar ninguno, gracias a la fauna auxiliar; para otras plagas hemos pasado de 11 o 13 tratamientos a uno", enfatiza su gerente, José Luis Satoca. En esto, los técnicos de campo desempeñan un papel clave.

No hay marcha atrás, es el futuro, según consenso general (aunque la mayoría opina que los insecticidas seguirán existiendo, más respetuosos, menos agresivos). Para confirmarlo no hay más que echar un vistazo al almacén de Hortamira, donde las cajas de bichos superan a las de pesticidas, o a los números de la Asociación Empresarial para la Protección de las Plantas (Aepla), que representa a los fabricantes de fitosanitarios: el 70% de las 1.100 materias activas que comercializaban en 1993 se ha ido quedando por el camino merced a normativas europeas cada vez más estrictas; en 2010 sobreviven 350, de las cuales 80 son nuevas. Una multinacional fitosanitaria como Syngenta cuenta con una división de control biológico, Syngenta Bioline, con más de 30 depredadores y parásitos. "El sector experimenta una reconversión", reconoce Carlos Palomar, director general de Aepla, que ha organizado esta visita al campo murciano para concienciar sobre la necesidad de erradicar el mercado de pesticidas piratas, pero también para resaltar la evolución de su industria hacia la compatibilidad con la lucha integrada.

"Llevamos 30 años abusando de los pesticidas, yendo contra natura. Es más sostenible y eficaz comprender la naturaleza y utilizar sus posibilidades", afirma la agricultora almeriense Lola Gómez Ferrón, pionera en el uso de insectos beneficiosos. Hace 18 años, su padre compró una colmena de abejorros polinizadores por unas 28.000 pesetas (hoy cuesta entre 30 y 35 euros). Aquello significó un primer paso, ya que hasta ese momento la polinización se realizaba por medios mecánicos o mediante hormonas ya prohibidas. Pero ahora eran seres vivos los que desempeñaban la tarea, y morían si no se ponía cuidado con los insecticidas. Tampoco servía de nada ser muy respetuoso en el invernadero si los colindantes no lo eran, porque los abejorros morían igual. De manera que los agricultores que comprueban la eficacia de los organismos de control biológico desempeñan un papel fundamental convenciendo a sus vecinos, por la cuenta que les trae, de que se suban a ese carro.

La empresa de Lola, Clisol Agro, organiza visitas guiadas a sus instalaciones, en El Ejido, con especial atención a los escolares, con los que desarrolla una labor divulgativa, de concienciación y respeto por la naturaleza. Pero hoy le toca el turno a un grupo de mayores de Ávila: conocer cómo funciona un invernadero automatizado, sin suelo (cultivo hidropónico con pelo de coco, que es un material reciclado procedente de la industria del automóvil), que gasta un 30% menos de agua gracias a la recirculación (que también evita la contaminación de acuíferos). Lola señala las telas de araña de las paredes y el intenso aroma a pimiento, y explica que algo así solo es posible cuando no entra la química, que mata a todo bicho viviente y tiene un olor muy agresivo y penetrante que se impone a cualquier otro. Aquí se ha conseguido un ecosistema en equilibrio. Llegar a él después de años y años usando venenos requiere tiempo y conocimientos que no eran necesarios cuando se trataba de rociar con el fitosanitario y a otra cosa. El régimen de vientos, la humedad o la temperatura son factores a tener en cuenta para facilitar que los insectos beneficiosos se instalen adecuadamente.

Hace unos meses atacó trip y pulgón a esta selva en miniatura, y se hicieron sueltas de orius, Amblyseius swirskii y avispas parásitas: cuando dejó de haber trip, el swirskii empezó a comer polen mientras que el orius, eminentemente carnívoro, se dedicó a alimentarse de swirskii, lo que mantendrá su población hasta la siguiente plaga. Antes de administrar las avispas hubo que erradicar a las hormigas, que hacen simbiosis con el pulgón (porque se alimentan de una sustancia dulce que segrega) y lo defienden interponiéndose y moviendo las patas para evitar que la avispa deposite sus huevos... En una palabra, que trabajar con seres vivos "no es sota, caballo y rey". Por eso, un horticultor novato en estas lides puede gastarse más de un euro por metro cuadrado y año cuando se pasa a la lucha integrada (el coste con pesticidas es de 42 céntimos por metro cuadrado y año), pero luego, cuando adquiere experiencia, es fácil que baje a los 30-35 céntimos, o incluso menos, porque cada vez hay más biofábricas y la competencia hace que los precios caigan. "Los agricultores han espabilado y están gastando la mitad de bichos que hace dos o tres años. Pero aunque fuera igual o incluso más caro, seguiría mereciendo la pena", sentencia Lola.

Fuente: Elena Sevillano, para elpais.com
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