Un día de convivencia

Pasadas las once y media del domingo, un grupo de excursionistas ataviados de primaveral indumentaria playera se arremolinaba en las proximidades del Hostal Galicia. Para acceder a la Playa del Pinet, el lugar de la cita, habían recorrido antes con sus vehículos la N -332 que atraviesa el gran humedal protegido de las Salinas de Santa Pola: flanqueado por agua, los montículos de sal extraída de la antigua Albufera de Elche muestran aún el aprovechamiento industrial más ancestral en un paraje envidiable por su biodiversidad. Hasta 60 adultos, entre veterinarios colegiados y sus parejas, amén de otras tantas decenas de niños acudieron convocados por el Colegio de Alicante (Icoval) a la jornada lúdica de convivencia planificada para aquel soleado 19 de abril.

A punto de llegar al mediodía y guiados por el experto en botánica, José Antonio Rodríguez, el grupo inició la ‘Ruta del Pinet’. Siguiendo un pequeño sendero, una pasarela de madera que arrancaba de las antiguas balsas de salinas, la expedición -muchos de ellos armados con cámaras fotográficas- pudo observar de cerca los primeros flamencos, avocetas y cigueruelas. El camino, con ligera pendiente, permitía llegar a un altillo desde donde se podía disfrutar de una casi completa vista del conjunto del parque natural.

Del humedal, en unos cuantos cientos de metros, quizá sólo decenas, se pasó a las dunas, a otro mundo con otra vegetación, marcada por el dominio de los pinos carrascos, piñoneros y de algún eucalipto producto -según advertía el botánico- de repoblaciones del pasado. Las maderas de la pasarela eran violentadas en esa zona por las interminables raíces que buscaban agua, con cierta apariencia desesperada, allá donde estuviera, bastantes metros más allá de su tronco, muchas veces. Y de las dunas fijas, la expedición transitó a las semifijas y móviles, las que desplazaba la brisa del mar ya muy próximo. Allí, las explicaciones del guía eran prescindibles porque resultaba obvio el radical cambio hacia una vegetación más pobre, con menor porte a la que, esta vez sí, Rodríguez puso nombre evitando los latinajos: ’cuernecillos’, ‘borró’, ‘cardos marinos’ y una fauna marcada por la resistencia dominada por alguna lagartija y muchos, muchos escarabajos

La playa y el concierto benéfico
La caminata invitaba al reposo y la agradable temperatura primaveral, a tomar el sol. Así que, llegados a la playa, el grupo disfrutó de su hora larga jugueteando con un baño más sugerente que apetecible.
En cuanto la deshidratación de los viandantes se hizo patente, comenzó el lento goteo hacia el restaurante. Literalmente pegado al mar, se dispusieron tres largas mesas donde los asitentes disfrutaron de lo más propio: arroz a banda o fideuà marinera.
Objetivo cumplido: convivir para conocer, compartir y departir entre veterinarios y familia, para construir colectivo.
Y para algunos, sobre todo para los miembros de la junta aún quedaba un último asunto en la agenda: asistir al concierto benéfico organizado por UPSANA en favor de la fundación Proyecto Neurofibromatosis que aquella misma tarde se celebraba en el auditorio ADDA